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Lo de la puta
Lo peor es que mi mujer lo sabía. Y no le importaba.
Lo peor es que mi mujer lo sabía. Y no le importaba.
De hecho, y en cierta medida, hasta le gustaba que fuera a ver a “mi putita”.
A “mi putita” le regalé un colgante de Hermès, flores y una notita
(con dinero de mis inversores, pero eso te lo contaré en otro momento).
Más de quinientos pavos en tenerla contenta.
No era una putita diésel, que se diga.
Nunca supe lo que tenía entre las piernas.
Ni se lo toqué.
No me dio ni un beso.
Pero sí bebimos juntos.
Nos abrazamos de verdad, llorando juntos en un restaurante,
cuando brindamos por la muerte de su marido.
El cabronazo de su marido, ahora muerto, era un garrulo de mil pares de cojones.
Había montado un negocio de la nada.
Una perlita, un caramelo, una jodida vaca lechera de billetes.
De esos negocios que te la ponen como la garganta de un cantaor solo con leer el balance… 6 kilos de facturación y
el abuelo se metía un tercio limpio al bolsillo.
La divina proporción, amiguete.
Pedazo de sugar daddy.
Niño, su mujer tenía 30 años menos que él.
La conoció en uno de esos sitios “donde se moja, con luces rojas”.
Él ya estaba divorciado.
Sus hijos eran mayores que ella.
Le compró un ático dúplex en el centro, un carraco de 300.000 pavazos
y también le hizo dos hijos.
¿Quién soy yo para juzgarle?
Al fin y al cabo, yo solo quería comprarle la empresa.
Porque sí, amiguetes:
un dueño de empresa forrado hasta las trancas es justo lo que estás buscando.
Es la mejor señal de que la empresa es comprable.
Lo saben los inversores.
Lo sabe el banco.
Y yo también lo sé y
Tú, pues no, pero dame las gracias, ahora te estás enterando.
No sé cuántas veces me reuní con él.
Pero te aseguro que nadie te vende su empresa sin conocerte bien.
Llegó un punto en que me prestaba su Jaguar blanco descapotable
para que no tuviera que alquilar un utilitario al visitarle.
Sí, llegamos a ese punto.
¿Y sabes qué hacía yo?
Como buen candidato a hijo perfecto:
se lo devolvía lleno de gasolina y limpio como una patena.
Menuda carita de satisfacción ponía el viejo al ver que había elegido bien a su sucesor.
Bueno, eso... y que le iba a pagar 11 kilos en el notario
por un negocio por el que esperaba sacar solo 8.
¡Cómo me la clavó el puto enano!
Y va el cabrón…
y se me muere dos semanas antes de firmar el contrato.
Le dio un cáncer fulminante.
En seis meses se nos fue.
Dejando viuda a “la putita” que me arruinó.
Y con la que, desde ese momento, tuve que negociar.
Y al final, no me quiso vender la herencia de su sugar daddy.
Al ser herencia, se iba a quedar más limpia que con su marido en vida,
pero no le debió parecer suficiente.
Ahora ella opera el negocio.
Ha perdido un tercio de su facturación
y otro tanto de su margen de beneficio.
Moraleja:
Tu empresa podría tener “cáncer de empresa”, y que eso, pues nada, espérate al siguiente correo y te lo cuento, total, no te cuesta nada.
Recuerda:
Te llevas 100.000 lerus si me presentas a un empresario zorro plateado que tenga un empresón:
Ventas 6 kilos/año, euros directos al taco, dos kilos/año limpio de polvo y paja, desde hace tres años. Que la relación ventas - neto sea de un tercio.
Que el dueño esté forrao a romper… recuerda, yo quiero ser ese también.
Una empresa sin sucesores y dueño en jubilación.
Que tenga muchos clientes, no quiero el clásico que depende de uno grande.
Te llevas 100.000 lerus solo si compro esa empresa, si no, te mando un abrazo en video, te lo prometo. Porque puede, que al final no compre un empresón, nunca se sabe lo que puede pasar en la vida.
Una empresita es lo mismo pero 10 veces más pequeña, si te quedas por aquí, te enseño a comprar o vender la tuya, y también a buscar el dinero, y a decidir abogados, y en fin a todo, pero quédate y pásale estos a inversores, por si se quieren enterar que esto es más rentable que las startups esas molonas con futbolines y gente dándolo todo de culo a culo.